Asesoramiento económico

¿Para qué queremos el Banco Central Europeo?

Si creemos que los precios libres son el mejor mecanismo para asignar eficientemente los siempre escasos recursos, ¿para qué queremos que un banco central determine arbitrariamente el precio más importante de la economía, es decir, el tipo de interés? Si confiamos en las empresas privadas para que nos provean de alimentos, ropa, viviendas y muchísimas cosas más, ¿por qué no confiamos también en ellas para que nos provean un activo clave en una sociedad libre, como es un dinero de calidad?

Esas dos preguntas sintetizan una contradicción clave con la que las economías occidentales vienen conviviendo: defienden, aunque con muchos matices, la primacía del libre mercado como eje de la economía; al mismo tiempo, le dan a un banco central, no solo el monopolio para emitir dinero, sino, además, la potestad de fijar los tipos de interés. Las economías occidentales tienen injertado en su corazón un elemento propio de la planificación central socialista.

Estrictamente, el tipo de interés no es el “precio” del dinero, sino la relación de intercambio de bienes presentes por bienes futuros. El 6% que recibo por prestar dinero a alguien por un año, es la compensación que me pagan por postergar mi consumo durante ese plazo. Para quien recibe el dinero en préstamo, es la prima que paga por adelantar su consumo.

Si se entiende qué es el tipo de interés, se advertirá de inmediato que no existe un tipo de interés “correcto”. El mismo es algo subjetivo que, además, cambia según las circunstancias. Por eso, la tarea asignada a los bancos centrales (fijar los tipos de interés) está condenada al fracaso: es simplemente imposible adivinar cuál es el tipo de interés adecuado. Algo así como jugar al baloncesto con las canastas en un permanente movimiento aleatorio: imposible encestar.

El juego imposible de los bancos centrales no es inocuo: la diferencia entre el tipo de interés que fijan y el que existiría en un mercado libre provoca distorsiones en la economía que es el origen último de las recurrentes burbujas y crisis. Cuando el tipo de interés es demasiado bajo, se alientan inversiones antieconómicas y un endeudamiento excesivo; cuando es demasiado alto, proyectos de inversión viables no pueden ejecutarse, provocando desempleo.

¿Quién decide cuántos kilos de carne, camiones, camisetas o guitarras se producen en Europa cada día? Lo deciden miles de empresarios, de todos los tamaños, intentando acertar con el deseo de sus clientes. Si producen de más, sufrirán pérdidas; si producen demasiado poco, dejarán escapar beneficios: sufren en carne propia sus errores.

Los bancos centrales, en cambio, producen la cantidad de dinero que quieren, pero traspasan a los ciudadanos sus errores de cálculo; no tienen incentivos para acertar. Pese a declamar que velan por la “estabilidad monetaria”, fueron ellos, con su alocada emisión de dinero, quienes provocaron recientemente la mayor inflación en décadas. Lejos de pedir perdón o dimitir, ahí siguen, ahora diciendo que “combaten” la inflación.

Tengámoslo claro: la “política monetaria” solo consiste en alterar el poder adquisitivo del dinero y, por ende, de nuestros salarios, pensiones, ahorros y patrimonios. Casi siempre en el sentido de debilitarlo. Llegamos al disparate de querer hacernos creer que un objetivo de inflación del 2% es algo “ortodoxo” que va en nuestro bien. ¿Qué interés podemos tener en que € 100 hoy solo puedan comprar € 98 dentro de un año? La realidad es mucho peor: € 100 de abril de 2018 ahora compran menos de € 83. Eso es lo que nos ha robado el Banco Central Europeo.

Ni siquiera haría falta cerrar los bancos centrales para que dejaran de hacer daño. Bastaría con quitarles el monopolio que ostentan. En el caso de la Eurozona, bastaría con eliminar el curso forzoso del euro, obligándolo a competir con otras monedas. Se podría pagar y celebrar contratos (alquileres, salarios, préstamos, pago de impuestos) en la moneda que libremente pacten las partes. En el caso ideal, esa competencia debería incluir monedas de emisión privada, para alinear los intereses de los ciudadanos (una moneda con poder adquisitivo estable) con el de los empresarios (si no mantienen ese poder adquisitivo estable, su moneda será repudiada y perderán su negocio). Es mucho más factible de lo que parece. @diebarcelo

Publicado en Expansión el 5-6-2024