Recordemos algunos elementos centrales del contexto: la presión tributaria (43% del PIB) está en máximos históricos (es, por ejemplo, 10 puntos porcentuales más que en 1985-1986), el salario mínimo de € 1.080 es el más caro de la UE (en ningún otro país el mismo equivale al 60% del salario medio), por primera vez en décadas subieron las cotizaciones sociales, se hostiga a las empresas acusándolas falsamente de ser las culpables de la inflación y planea la amenaza de subir la indemnización por despido, que ya es la más cara de Europa (nuestros 20 días por año trabajado se comparan con 12 días en Portugal, medio salario en Alemania y Reino Unido, un cuarto del salario en Francia o nada en Italia -hay “mochila austríaca”- ni en Suecia).
Teniendo eso en cuenta, los resultados de la Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre son demasiado buenos. Porque pese a todo lo anterior, las empresas contrataron a 364.100 asalariados (+2,7%) en los últimos doce meses. Eso es casi todo lo que ha crecido el empleo (368.100 personas; +1,8%).
El empleo privado crece más que el empleo público (+1,9% y +1,6% interanual, respectivamente), cae el número de subocupados (-8,6%), baja el colectivo de pluriempleados (-0,7%), todo el empleo que se crea es de jornada completa (+2,2%, mientras que el empleo a tiempo parcial disminuyó 0,1%), 6 de cada 10 nuevos empleos fueron ocupados por gente con educación superior, el número de parados cayó 1,5%, la tasa de paro (13,3%) es ahora 4 décimas menor que hace un año. El total de horas efectivas trabajadas crece más que el número de ocupados (+2,1% y 1,8%, respectivamente). En los últimos doce meses, 321.000 personas comenzaron a buscar empleo (aumento de la población activa). La economía otorgó a todos un empleo y, además, como acaba de decirse, también fue capaz de absorber a una parte de los parados.
La dinámica del mercado de trabajo, resumida en esos grandes datos, parece difícil de mejorar. Sin embargo, haríamos mal en dejarnos llevar por el triunfalismo y mucho peor si creyéramos que, por alguna extraña razón, España está exenta de cumplir lo que enseña la teoría (aumentar los costes baja la rentabilidad, lo que a su vez deprime la inversión, cosa que acaba por dañar la creación de empleo).
Un vecino puede comprarse un coche nuevo, comenzar a usar ropa cara y hacer ostentación de todo tipo de gasto superfluo. Hasta que su coche sea embargado, no podremos saber si el nuevo tren de vida está respaldado por mayores ingresos o si es solo producto del endeudamiento. Más fácil es el caso español: propulsando esos datos del mercado laboral hay un chute insostenible de deuda pública.
Por cada empleo creado en los últimos 24 meses, la deuda pública creció en € 98.000. En efecto, la miríada de subsidios (los diversos cheques -cultura, alquiler, alimentos-, ayudas al consumo eléctrico, al transporte, etc.), el autobús que recorre España regalando el Ingreso Mínimo Vital, el aumento insostenible de las pensiones y un larguísimo etcétera, se filtran por toda la economía aumentando la demanda en hostelería, transporte, comercio y servicios, lo que a su vez alienta la demanda de manufacturas, construcción y más servicios. El origen del proceso es la decisión temeraria de gastar lo que haga falta para que la rueda no pare.
La creación de empleo también fue impulsada por la recuperación del turismo exterior y el chute monetario (los tipos de interés reales siguen siendo ampliamente negativos). Pero eso se acaba: la llegada de turistas del primer bimestre fue el 98% de la del mismo período de 2019; la inflación, un león dormido que fue despertado por el propio BCE, no permite a los activistas de Frankfurt continuar impasibles, por más que eso sea lo que les pide el cuerpo.
Así, cuando toda la política económica va en dirección opuesta a la necesaria para crear confianza y alentar la inversión productiva, solo queda el gasto público para mantener a flote la actividad. El límite lo pondrán los acreedores, cuando consideren que la deuda pública haya alcanzado una dinámica insostenible.
Entonces, las debilidades que ya muestra el mercado laboral, saldrán al descubierto: entre muchas otras, la mayor tasa de paro de Europa (tasa que ya sube en ocho autonomías), que aumenta el número de mujeres sin empleo, que el salario mínimo ya está destruyendo empleo (los ocupados en tareas elementales cayeron por tercer trimestre seguido), que la agricultura pierde empleo desde hace cuatro trimestres, que un 34% del empleo privado son subocupados, temporales, pluriempleados y fijos-discontinuos, y que por primera vez en dos años subió el paro de corta duración. Pero será tarde para lamentaciones. @diebarcelo
Publicado en Expansión el 28-4-2023