Asesoramiento económico

La política monetaria del BCE no es «expansiva», sino «distorsiva»

La política monetaria que viene desarrollando el Banco Central Europeo desde hace años es descrita con diversos adjetivos: “expansiva”, “acomodaticia”, “favorable”, etc. Todos son incorrectos. La palabra que mejor la describe es “distorsiva”. En efecto, se trata de una política que distorsiona los tipos de interés. Distorsión que, a su vez, provoca graves distorsiones en los mercados financieros y en la asignación de recursos.

El precio de las acciones es el valor presente del flujo futuro de ganancias, descontado por un tipo de interés. Cuando el tipo de interés está artificialmente reducido, al dividir aquel flujo por un número más bajo, se produce un incremento artificial en el precio de las acciones. Al mismo tiempo, reprimir los tipos de interés eleva los precios de los bonos. Así, tanto las cotizaciones de las acciones como las de los bonos están infladas, como consecuencia directa de la política monetaria distorsiva del BCE.

Antes de iniciar un proyecto de inversión, un empresario compara su rentabilidad esperada con el tipo de interés. Para que se lleve adelante, la rentabilidad esperada del proyecto debe superar lo que puede obtenerse mediante la compra de un bono. Cuando los tipos de interés están reprimidos, como ahora, proyectos antieconómicos parecen rentables. La política distorsiva del BCE es la responsable de que se lleven a cabo proyectos antieconómicos, muchos de los cuales se revelarán insostenibles el día que los tipos de interés se normalicen (ese día, aunque tarde, llegará).

Como si no bastara con esas lúgubres consecuencias de la política distorsiva del BCE, la emisión desbocada de dinero, que primero infló los precios de acciones, bonos, inmuebles, materias primas y demás, ahora está llegando a los precios al consumo. Es cierto que hay “cuellos de botella” en las cadenas globales de suministro que provocan aumentos de precios. Pero es la política del BCE la que permite que suban todos los precios a la vez. Sin esa emisión desbocada, los mayores precios provocados por los “cuellos de botella” serían compensados por la reducción de otros precios, con lo que se mantendría un nivel de precios más o menos estable.

Se ha configurado una situación kafkiana: el BCE, que dice velar por la estabilidad del euro, es el responsable de que su valor esté siendo erosionado, multiplicando por el camino los riesgos macroeconómicos y alentando, además, el crecimiento de la deuda y el gasto públicos. Los saldos bancarios en euros, que ya venían siendo penalizados por culpa del BCE (por no recibir interés alguno desde hace años), ahora sufren el golpe adicional del resurgir de la inflación.

Está tan compenetrado el BCE con las erradas ideas keynesianas e intervencionistas, que lejos de advertir el desaguisado que está provocando con su aplicación, piensa seguir como hasta ahora. Así quedó meridianamente claro en la entrevista al gobernador del Banco de España, señor Hernández de Cos, publicada hace unos días en Expansión. Según él, el problema no es la distorsión que provoca el BCE (que no ven o dicen no ver), sino que sus modelos de previsión económica anticipan una inflación que, a medio plazo, no se acerca lo suficiente al objetivo del 2%. Entonces, a seguir emitiendo, aunque la inflación en España se acerque al 7% (con impuestos constantes, aún más) y en la Europa supere el 5%. Y aunque se trate de los mismos modelos que fallaron en anticipar el repunte inflacionario que padecemos.

El BCE se ha asignado una tarea imposible: decidir cual es el tipo de interés “correcto” para un área con un PIB de 12 billones de euros y 343 millones de habitantes. Es tan imposible como la tarea encomendada en su día al Gosplan soviético, que debía decidir qué y cuánto producir, y a qué precios. Es imposible porque la información necesaria (conocer la preferencia temporal de los agentes económicos y la consecuente oferta de ahorro) no se puede sistematizar y, además, es cambiante.

La autodestructiva política del BCE puede acabar de la peor manera: despertando un sentimiento euroescéptico y antieuro por parte de una población que tiene motivos de sobra para pensar que no fue para esto que se crearon la UE y el euro. Si Adenauer levantara la cabeza, más de uno quedaría temblando del rapapolvo. @diebarcelo

Publicado el 5 de enero de 2022 en Expansión