Según un reciente informe del Banco de Pagos de Basilea (BIS, por sus siglas en inglés), más de un 80% de los bancos centrales está investigando o desarrollando una moneda digital. Se trata de unidades de cuenta de la moneda de cada país, emitidas por su banco central en formato digital. Su utilización puede limitarse a entidades financieras o ser abierta al público y, según su sea su diseño, ser anónima o no.
Esta es la respuesta al avance de las criptomonedas, a las que desde los bancos centrales se critica por ser “activos especulativos” y facilitar el lavado de dinero y los cibercrímenes. También aparece el “argumento-comodín” del medio ambiente: las criptomonedas son malas porque su minado consume mucha energía (¿cuánto es ese consumo en relación con el que hacen otras industrias, como la siderurgia o la del cemento?).
Los bancos centrales dicen hacerlo por el “interés general” y “defender la soberanía monetaria”: la ausencia de monedas digitales oficiales no solo deja un vacío que van ocupando las criptomonedas, sino que facilitaría la irrupción de las grandes empresas tecnológicas en el sistema de pagos internacional. Esto último, según los bancos centrales, también engendra sus propios males: un mercado de pagos global muy concentrado, con costes potencialmente mayores y con la privacidad de los usuarios comprometida.
En países subdesarrollados, una moneda digital puede tener sentido. Por ejemplo, en octubre pasado, el Banco Central de Bahamas lanzó el “Sand dollar”, su moneda digital, para facilitar los cobros y pagos de gente aislada (allí viven menos de 400.000 personas repartidas en más de 20 islas) que, en muchos casos, no tiene cuenta bancaria o acceso a un cajero automático. Con el “Sand dollar” pueden pagar y cobrar con su móvil.
En los países avanzados, el caso es diferente. La reacción de los bancos centrales es solo un intento de defender su monopolio en la emisión de moneda. La pregunta relevante es: ¿ha sido positivo ese monopolio para la gente? La respuesta es claramente negativa. Al emitir moneda sin atender al contexto económico, los bancos centrales son los creadores de las inflaciones elevadas e hiperinflaciones; al manipular los tipos de interés, son los creadores de burbujas financieras y de crédito, y de la exacerbación de los ciclos económicos.
Los bancos centrales son un invento del siglo XVII para financiar guerras. Desde el comienzo, la emisión descontrolada provocó crisis e inflación. Su presencia solo se generalizó en el siglo XX, cuando los políticos les encargaron la misión de conseguir el pleno empleo. El resultado fue la alta inflación de posguerra, que solo se superó cuando los bancos centrales se hicieron independientes del poder político y se les asignó el rol fundamental de preservar la estabilidad de precios.
Como vemos en la actualidad, esa independencia es muy relativa: los bancos centrales flexibilizan su definición de “estabilidad de precios”, para someterse a distintas presiones. Con sucesivas medidas de “emergencia”, van intentando arreglar problemas que, muchas veces, son creados por los mismos políticos y bancos centrales, siempre con la misma medicina: la emisión ilimitada de moneda. Así hemos llegado a un contexto financiero contra natura, dominado por tipos de interés negativos, cuyo final siempre se posterga.
Aunque estemos en una fase inicial y haya muchas cosas que mejorar, las criptomonedas son el primer desafío serio al monopolio estatal de la moneda. Son, por eso mismo, la primera oportunidad de reconstruir un sistema financiero sano, en el que las monedas compitan, para que cada uno elija la de su preferencia (lo mismo que ocurre, por ejemplo, con las galletas o los periódicos digitales).
El intento de los bancos centrales de suprimir a esos nuevos competidores debe preocuparnos más que alegrarnos. Porque siempre que hubo competencia, el consumidor ganó. Si tan seguros están de la calidad del producto que ofrecen, los bancos centrales no deberían temer la competencia. Pero están tan cómodos manipulado el dinero, que ni siquiera quieren competir entre ellos, como ocurriría si se eliminara el curso forzoso. No te olvides: en todos sus experimentos monetarios, el conejillo de Indias eres tú. @diebarcelo
Publicado por Diego Barceló Larran en El Español, el 3/7/2021