En enero pasado el precio de la electricidad fue un tema de máxima actualidad. El mismo subió 8,8% en el mes, provocando todo tipo de reacciones. Con gran frivolidad, dirigentes de la izquierda radical propusieron la nacionalización de las compañías eléctricas. Se amparaban en los argumentos (prejuicios-eslóganes) usuales: la electricidad es demasiado importante como para dejarla en manos del mercado, los beneficios de las empresas son excesivos, la electricidad es un derecho que debe garantizarse, etc.
El Instituto Nacional de Estadísticas acaba de publicar los datos de inflación de febrero. El precio de la electricidad cayó 11,9%. ¿Cómo se explica esto? ¿Las compañías, súbitamente, ya no quieren ganar dinero? ¿El mercado se ha vuelto “sensible” de repente?
No. Las empresas de electricidad siguen intentando lo mismo que cualquier otra compañía: ganar dinero. El mercado sigue funcionando todo lo bien que las regulaciones estatales le permiten.
Lo que ocurre es que el precio de la electricidad es volátil. Hay muchas variables que influyen sobre el mismo. Entre otras, el precio del petróleo, el tipo de cambio e incluso la lluvia y el viento. Cualquiera que se hubiera tomado la molestia de mirar los datos habría advertido que suele haber grandes oscilaciones en el precio de la electricidad.
De lo anterior podemos sacar al menos dos lecciones. La primera es que, tarde o temprano, volveremos a tener grandes subidas y bajadas del precio de la electricidad. La segunda es que no conviene definir una posición sobre la base de un único dato.
Para tener energía abundante y barata no existen soluciones mágicas. Pero sí hay un camino: un mercado eléctrico con menor injerencia estatal, menores impuestos y costes políticos, y una gran facilidad para que puedan producir energía todas las empresas que lo deseen, por cualquier medio que juzguen oportuno (eólica, solar, térmica, nuclear, fracking o la que sea).
Publicado en OKdiario el 22-3-2017