Los datos de 2014 muestran una enorme disparidad en los salarios de los diferentes países de la Unión Europea. En un extremo está Dinamarca, con una remuneración media de 3.706 euros mensuales. En el otro, los apenas 376 euros que conforman el salario medio en Bulgaria. La media de la UE es de 2.062 euros por mes. España se encuentra en la mitad (hay 14 países con un salario medio inferior al español mientras que otros 13 países tienen remuneraciones superiores), pero sus 1.634 euros por mes son un 21% inferior al promedio de la UE.
¿Por qué son tan diferentes los salarios en los distintos países? ¿Tendrá algo que ver la actitud más o menos combativa de los sindicatos? No lo parece: Dinamarca, Luxemburgo y Finlandia, los países con mayores salarios, no suelen aparecer en los periódicos como escenarios de “huelgas salvajes” u otras medidas de presión. ¿Estará vinculado con la mayor o menor sensibilidad de los empresarios? Tampoco aparenta ser una variable relevante, pues no hay ningún motivo que sugiera que en Lituania, Rumanía y Bulgaria, los países con menores remuneraciones, los empleadores son más “insensibles” que en donde se cobra más.
Hay que descartar la idea de que, por ejemplo, los alemanes ganan más porque en promedio son más listos que los españoles: un español viaja a Alemania e inmediatamente está en condiciones de ganar más que en España. Lo contrario sucede cuando un alemán llega a España.
El elemento que en última instancia determina el nivel de los salarios en cada país es la productividad. Es decir, cuánto produce, en promedio, cada trabajador. A su vez, la productividad depende de cuánto capital hay invertido, también en promedio, por cada trabajador. “Capital” hay que entenderlo en un sentido amplio, pues es todo lo que contribuye a que una persona produzca más. Incluye desde las autopistas y demás infraestructuras, hasta los ordenadores, maquinarias y herramientas que sean necesarios en cada oficio. Asimismo comprende el capital humano (el conocimiento incorporado en una persona). La diferente cantidad de capital invertido por trabajador en los países de la UE es lo que explica, en esencia, sus disímiles niveles salariales.
Es cierto que hay otros factores que también pueden incidir. Por caso, la presión impositiva, el nivel de desempleo, el grado de movilidad geográfica (qué tan dispuesta está la gente a cambiar de domicilio para encontrar empleo), qué sectores de actividad son más importantes, etc. Pero son factores con incidencia menor y/o temporal, que no invalidan el hecho central de que los salarios dependen de la productividad. Tampoco es algo tan extraño: si un peluquero hace diez cortes de pelo, su salario no podrá exceder el valor de esos diez cortes. Si lo excediera, la peluquería acabaría quebrando.
Lo anterior tiene una consecuencia clave: cuando los empresariosinvierten para aumentar sus beneficios, crean empleo (directo y/o indirecto). Pero además, paradójicamente, están influyendo para que los salarios suban: al incrementar la cantidad de capital a disposición del trabajo, éste será más productivo, con lo que podrá ver mejorada su remuneración. Eso ocurrirá siempre que se trate de una inversión rentable: el Plan E es un ejemplo de cómo una “inversión” mal diseñada es en realidad un despilfarro que no sirve para incrementar la productividad, ni los salarios, ni el empleo (más allá de unos pocos empleos temporales).
Lo relevante es que todo lo que contribuya a aumentar la inversión productiva (reducción de impuestos, estabilidad presupuestaria, mejores regulaciones, fomento de la competencia, etc.) va en beneficio tanto de los empresarios como de los trabajadores. Los países más prósperos nos enseñan que no tiene por qué haber conflicto entre “el trabajo” y “el capital” y que lo inteligente es promover una cooperación provechosa para todos.
Publicado por Diego Barceló Larran en Lainformación.com el 13-06-15