Entre 1997 y 2007, el saldo de la cuenta corriente del balance de pagos pasó desde un déficit minúsculo hasta un desequilibrio de 105.000 millones de euros anuales (el más grande del mundo después del de EE.UU.). Esa acumulación de déficits se tradujo en una deuda externa que aumentó desde el 70% del PIB hasta más del 200% (en términos brutos).
Para reducir la deuda externa hasta un nivel sostenible, la economía española necesita crecer y generar superávits exteriores durante muchos años. Mientras eso no ocurra, el endeudamiento externo será un permanente “talón de Aquiles”.
En España, el saldo del intercambio de mercancías es el elemento clave que determina el saldo de la cuenta corriente. Normalmente, el superávit del intercambio de servicios compensa el saldo negativo de las rentas y de las transferencias corrientes.
Recién en 2013 la economía española logró un superávit exterior. Fue el primero desde 1986 y alcanzó a 8.000 millones de euros (0,8% del PIB). El mismo fue posible porque el déficit comercial se redujo desde 99.000 millones de euros en 2007 hasta 16.000 millones el año pasado. La mejora de 83.000 millones de euros en el saldo comercial se explica por un incremento de las exportaciones de 53.000 millones (+29%) y una caída de las importaciones de 30.000 millones (-11%).
El aumento de la productividad y la reducción de los costes laborales, entre otras cosas, hacen que la economía española sea ahora más competitiva que al comienzo de la crisis. Simplificando, puede decirse que la mayor competitividad explica una parte del aumento de las exportaciones. El resto obedecería a la caída de la demanda interna, que “obliga” a las empresas a buscar clientes en el exterior.
Algo similar ocurre con la caída de las importaciones. La mayor competitividad (menores precios) permitiría la sustitución por productos fabricados en España de otros que se compraban fuera. La menor demanda interna justificaría el resto del descenso de las importaciones.
El aumento de exportaciones y la caída de importaciones debidas a la mayor competitividad serían cambios “permanentes”. Por el contrario, los que obedezcan a la caída de la demanda interna se revertirían tan pronto la misma se normalice.
Dado que España necesita generar superávits para reducir su endeudamiento exterior, es de crucial importancia determinar qué parte del ajuste es “permanente” y qué otra temporal. Sin embargo, no hay un modo objetivo de hacerlo. Puede decirse que se alcanzarían tantos resultados como economistas realicen la estimación (¡o incluso más!).
Los datos del primer trimestre nos muestran que por primera vez en lo que va de crisis, el déficit comercial aumentó durante dos trimestres consecutivos. En el primer trimestre del año, el déficit en el intercambio de mercancías fue de 6.500 millones de euros, frente a 4.000 millones un año antes. Además, el aumento del desequilibrio comercial se produjo a pesar de la caída del precio del petróleo (-6,7%, en términos de euros, como promedio de los dos trimestres analizados respecto a un año antes). Los datos de abril van en la misma dirección.
La información desglosada de exportaciones e importaciones indica que el aumento del déficit comercial se explica en un 90% por el aumento de las importaciones de bienes de consumo.
Es probable que el aumento de las importaciones de bienes de consumo se deba a una decisión puntual de recomponer stocks ante el previsible aumento de la demanda. También debe decirse que dos trimestres no son suficientes para determinar un cambio de tendencia. En todo caso, no es algo que pueda pasarse por alto: la parte “permanente” del ajuste del saldo exterior podría ser menor de la pensada. Si eso fuera así, las consecuencias serían múltiples: por ejemplo, los riesgos de la recuperación de la economía serían mayores y debería acelerarse el ritmo de las reformas o, incluso, podrían ser necesarios (aún más) cambios impositivos.