Asesoramiento económico

19/07/2012 El Economista: Algunas puntualizaciones a la crisis

En unas entrevistas al premio nobel Paul Krugman que ha publicado la prensa recientemente, en las que está promocionando su reciente libro ¡Acabad ya con esta crisis!, aparecen unas afirmaciones que pueden generar cierta confusión en los lectores poco familiarizados con los conocimientos económicos. Por eso nos ha parecido conveniente mostrar que hay otros puntos de vista diferentes de los expuestos por el señor Krugman y que en momentos como los actuales, en los que la opinión pública es tan importante, conviene tener claridad de ideas. No se pretende entrar en un debate académico con un autor de tanta reputación, pero sí matizar, con base en los conocimientos de nuestra historia, algunas respuestas que, en la improvisación de una entrevista, pueden resultar discutibles.

En más de una ocasión repite el entrevistado que «el destino del euro y el de España son ahora la misma cosa». Aunque la economía española sea por su dimensión la cuarta de la Eurozona, ¿se puede admitir que la quiebra de nuestra economía arrastraría la del euro, que es un elemento tan importante para otras economías como la alemana? Ciertamente, para nuestro país la salida del euro sería un desastre, pero, en el peor de los casos, Alemania podría contar con países que tienen una cultura económica mucho más afín a la suya que la de los países meridionales. La Eurozona y la Unión Europea serían, pues, otra cosa, pero las ventajas de una unión monetaria más integrada serían evidentes.

En esta relación de España con el euro nos parece que afirmar que habría sido mejor que nuestro país no estuviera en el euro porque entonces podríamos devaluar nuestra moneda y favorecer la competitividad, supone desconocer la experiencia de la primera mitad de la década de los 90. Entonces se llegó a devaluar sucesivamente -cuatro veces- la peseta y, aunque se consiguió una recuperación del ciclo económico, los resultados en cuanto a la sostenibilidad del crecimiento económico y de la creación de empleo no son comparables con los conseguidos en la década posterior a nuestra integración en la moneda única.

Sobre el tema de la competitividad que, con razón, Krugman considera clave para la recuperación de nuestra economía, nos parece que su insistencia en considerar la inflación como el único camino para mejorarla exige algunas precisiones. El autor propone que aumente la inflación en Alemania para mejorar la competitividad española y en ello ve la única alternativa para que no caiga el euro. Resulta extraño que una ideología izquierdista no tenga en cuenta las perniciosas consecuencias de la inflación en las rentas más modestas que no puedan indexar sus ingresos, y que se olviden los efectos beneficiosos del aumento de la productividad.

Convendría, además, que tuviera en cuenta la nefasta experiencia de la inflación que contribuyó al triunfo del nazismo en los años 30. Estos hechos son los que explican el desarrollo de la cultura de estabilidad monetaria en Alemania, para que la moneda pueda cumplir su función de servir al intercambio de los bienes y servicios de la economía real. Por eso nos parece poco afortunada la afirmación de que «la base de la política del euro es la condenación de la deuda y de la inflación». Se condena la inflación porque destruye la función de la moneda estable en un mercado competitivo.

Y, por lo que se refiere a la deuda, en varios trabajos del Banco Central alemán (BB), cuando se debatía la necesidad del Pacto de la Estabilidad y el Crecimiento (PEC), se afirmaba que hay un endeudamiento perfectamente compatible con la estabilidad económica y es aquél que trata de financiar inversiones que permitirán amortizar el crédito recibido y los intereses que devengará hasta su vencimiento. Los alemanes, por tanto, no piensan que «la deuda es siempre malvada».

Finalmente, consideramos que supone un desconocimiento de la realidad de nuestra economía afirmar que «el problema del déficit es sólo un síntoma» y que «el verdadero problema es la falta de competitividad tras el estallido de la burbuja inmobiliaria». Que haya influido en nuestra pérdida de competitividad la burbuja inmobiliaria nos resulta un tanto problemático. La burbuja inmobiliaria permitió un crecimiento de nuestra economía y del empleo en un sector poco expuesto a la competencia exterior y facilitó el desarrollo de industrias proveedoras de las nuevas construcciones y, por tanto, no necesariamente expuestas a la competencia exterior.

Y en cuanto al déficit presupuestario hay que tener en cuenta que los estímulos monetarios que se aplicaron en los años 2008 y 2009 nos han llevado a unos niveles de deuda soberana que impiden recurrir a estos estímulos para superar la recesión actual, obligando a duros recortes y cargas tributarias para poder recuperar el equilibrio presupuestario en unos plazos razonables. El déficit fiscal es, pues, algo más que un síntoma de la pérdida de competitividad, aunque es verdad que una mayor competitividad haría más fácil corregirlo.

Publicado por Eugenio M. Recio, profesor honorario de ESADE, el 19/7/2012 en El Economista.