El cuerpo pide encerrar en una mazmorra a un buen número de banqueros (y de supervisores) y arrojar las llaves al fondo del mar. Sería un acto de justicia y hasta un ejercicio de responsabilidad ética. Pero, desgraciadamente, de poco serviría para solucionar los problemas. Como sostienen los economistas Reinhart y Rogoff, las causas de las recesiones económicas no son las crisis bancarias, sino que el hundimiento del sistema financiero simplemente las amplifica. Y como demostró Ben Bernanke en un estudio clásico sobre la Gran Depresión, las quiebras bancarias de los años 30 en EEUU agravaron y prolongaron la crisis. Se destruyó el canal de concesión de créditos, y ello impidió que familias y empresas dispusieran de recursos suficientes para financiar sus planes de inversión. Y sin inversión, la economía se muere.
Es de sobra conocido lo que ocurrió el 6 de marzo de 1933, cuando el recién elegido presidente, Franklin D. Roosevelt, ordenó el cierre de todos los bancos de EEUU durante una semana para hacer frente a una crisis de confianza. Pasado ese tiempo, sólo deberían abrir los bancos solventes capaces de asumir sus obligaciones. Más de 5.000 bancos no pudieron abrir sus puertas al público. La Gran Depresión tomó carta de naturaleza.
La memoria económica es corta por naturaleza. Las sociedades tienden a caer en los mismos errores, y eso explica el desastre actual, en el que la confluencia de pésimos gestores, nefastos reguladores y la propia codicia de la condición humana ha provocado la mayor crisis del sistema financiero que se conoce
Esta experiencia histórica demuestra la importancia de salvaguardar el sistema financiero. Existe, en este sentido, un luminoso estudio que han realizado los historiadores económicos Pablo Martín-Aceña y Pilar Nogues-Marcos que demuestra cómo, al menos en dos ocasiones, este país miró hacia otro lado cuando sus bancos estaban con problemas. Y el resultado no pudo ser más devastador.
La primera ocurrió en el siglo XVI, y la segunda en 1866, cuando la Hacienda Pública estaba en pleno colapso. Muchos han encontrado significativas similitudes entre ambos episodios y la situación actual.
En el siglo XVI, tras el descubrimiento de América, las casas de depósito andaluzas eran esenciales en el comercio peninsular gracias al monopolioen el tráfico de mercancías con las Indias, y su debacle ocasionó la quiebra del Estado. Pero España, en lugar de promover una regulación adecuada, y pese al importante desarrollo de la banca castellana, no fue capaz de crear una entidad central de giro capaz de asegurar la liquidez hasta doscientos años después (con la creación del Banco de San Carlos).
Como sostiene Martín Aceña y Nogues-Marcos, el oficio de banquero público (que en realidad era privado) fue prohibido a los extranjeros por los reyes católicos. Se consideraba que los extranjeros “engañaban en el cambio guardando la buena moneda para exportar y sacando a la circulación la moneda mala, menguada o quebrada”. Casi un siglo después, la suspensión de pagos decretada por Felipe II arruinó al incipiente sistema bancario sevillano y destruyó la economía de la ciudad por la que transitaba todo el comercio con las Indias.
El pánico bancario
Como han señalado los especialistas, el negocio bancario va mucho más allá que un simple intercambio de bienes o mercancías. Opera con dinero fiduciario, y eso le hace extremadamente vulnerable a los pánicos. Sobre todo teniendo en cuenta su carácter estructuralmente procíclico. Cuando la economía funciona, los bancos compiten por prestar dinero (lo que recalienta la actividad), pero cuando retrocede, se raciona el crédito, lo cual acentúa la recesión.
En 1856, ocurrió todo lo contrario al siglo XVI. Las leyes de bancos de emisión y de sociedades de crédito, dispararon el número de entidades. Una década más tarde, ya había 32 casas operando en Madrid, en muchos casos con capital francés. Pero una vez más se cruzó en el camino una mala coyuntura económica, en este caso derivada del pobre resultado de las inversiones en ferrocarriles, hacia donde se había canalizado buena parte de la financiación.
La crisis, como sostienen los especialistas, fue terrible y una de las más graves del sistema financiero español. En pocos años, 25 entidades quebraron o se disolvieron, reduciéndose de forma drástica la circulación de dinero. El resultado fue que cuatro años después de que estallara la crisis, el valor de los títulos cotizados en Bolsa se había reducido a la mitad (¿les suena?). Y el país acabó en la ruina.
Lo que se decidió ayer, en realidad, es un rescate del propio Estado a través del Frob, que ha nacionalizado entidades inviables que ahora la Unión Europea obliga a sanear para que el estiércol no llegue al cuello y Obama pueda ganar las elecciones. Si el Gobierno -el anterior y este- lo hubieran hecho antes, es muy probable que este país se hubiera ahorrado muchos quebraderos de cabeza
La crisis de 1866 ha sido considerada la primera del capitalismo español, y nació, como dicen Martín-Aceña y Nogues-Marcos , por la confluencia de escasos capitales y gestores inexpertos que llevaron a cabo inversiones arriesgadas tomando recursos a corto (cuentas corrientes) e inmovilizándolas en activos de larga maduración, por ejemplo hipotecas.
Pero como dicen Reinhart y Rogoff, la memoria económica es corta por naturaleza. Las sociedades tienden a caer en losmismos errores, y eso explica el desastre actual, en el que la confluencia de pésimos gestores, nefastos reguladores y la propia codicia de la condición humana ha provocado la mayor crisis del sistema financiero que se conoce. Algo que es especialmente sangrante en un país como España, bancarizado como pocos. Hasta el extremo de que la financiación al sector privado equivale a dos veces y media el PIB: 2,48 billones de euros. O lo que es lo mismo, nada menos que el 66,3% de lo que prestan los bancos va a parar a familias y empresas debido a su especialización minorista.
Un enorme masa de dinero que si se deja caer arrastraría no sólo a las propias entidades; sino, también, a los acreedores, en particular bancos alemanes y franceses, pillados en España por una alocada concesión de créditos. La quiebra del sistema financiero español sería, de hecho, el fin de muchos bancos europeos y de ahí que el eurogrupo ponga dinero para evitar la metástasis.
Patente de corso
Impedir que caigan los bancos, sin embargo, no es lo mismo que facilitar una patente de corso a los banqueros, como sucedió en la anterior crisis bancaria. Como reflejó Isidro Fainé en este estudio, de los 110 bancos que operaban en España a finales de 1977, 51 se vieron afectados por problemas de solvencia entre 1978 y 1983. Inicialmente se trató de entidades de menor tamaño; sin embargo, las dificultades acabaron extendiéndose a entidades de dimensiones considerables. La crisis alcanzaría su punto álgido con la expropiación de los 20 bancos de Rumasa, y se alargaría hasta 1985. Lo más curioso es que de los 51 bancos afectados por la crisis hasta 1983, nada menos que 47 correspondieron a estos nuevos bancos y banqueros, que lograron su ficha gracias a su cercanía al régimen. Eran los advenedizos del negocio bancario, como muchos de los gestores de las cajas de ahorros.
Más allá de las responsabilidades penales y administrativas, sin embargo, las autoridades deben enviar un señal de que quien la hace la paga. Y en este sentido, va en la dirección adecuada la nueva Directiva sobre servicios financieros que obliga a pagar el desaguisado no sólo a los accionistas (que en buena medida ya lo han hecho), sino a los acreedores. Es decir, a quienes de forma irracional -los bonistas- han prestado dinero sin asumir riesgo alguno sabiendo que al final el Estado pone los avales para garantizar las emisiones.
Y lo que se decidió ayer, en realidad, es un rescate del propio Estado a través del Frob, que ha nacionalizado entidades inviables que ahora la Unión Europea obliga a sanear para que el estiércol no llegue al cuello y Obama pueda ganar las elecciones. Si el Gobierno -el anterior y este- lo hubieran hecho antes, es muy probable que este país se hubiera ahorrado muchos quebraderos de cabeza.
Publicado por Carlos Sánchez en El Confidencial el 10 de junio de 2012.