El problema fundamental de la defensa de las políticas de crecimiento es que no sabemos a qué se refieren quienes las postulan. Para empezar, uno de los supuestos básicos en que se asienta el crecimiento económico consiste en el equilibrio de las políticas macroeconómicas seguidas por los Gobiernos. Entre éstas hay que resaltar el equilibrio presupuestario, pues un endeudamiento público alto y creciente constituye una distorsión que entorpece la inversión productiva. El problema de la deuda, por tanto, es que tiene algunos efectos perversos para el funcionamiento eficiente de la economía.
En primer lugar, el coste desorbitado de su servicio, fundamentalmente el pago de intereses, y que se refleje en la tristemente famosa prima de riesgo que, mientras escribo estas líneas, nos ha dejado sin aliento al superar los 500 puntos básicos. Esto supone unos tipos de interés, en el mejor de los casos, cinco puntos por encima de lo que tienen que pagar países como Alemania, lo que provoca el famoso efecto de bola de nieve.
En segundo lugar, el efecto crowding out, que implica que las necesidades de financiación de la deuda encarecen sobremanera la financiación del sector privado, que tiene gravísimos problemas para conseguir el crédito necesario para desarrollar los proyectos de inversión. Por todo ello parece necesario controlar el excesivo gasto público. Otro problema es estudiar de dónde se puede recortar sin que aparezcan las consecuencias no queridas, que pueden provocar que el remedio sea peor que la enfermedad. Ante todo debiera preservarse la cohesión social.
Pero vayamos a las políticas de crecimiento. La economía como disciplina, a pesar del pesimismo y desconcierto que invade a la profesión, proporciona algunas explicaciones que han sido corroboradas por la evidencia empírica y que nos advierten de la importancia de determinadas políticas a la hora de explicar el crecimiento o atraso de la riqueza de las naciones. En primer lugar debemos referirnos al marco institucional. Las instituciones, como es sabido, son las reglas del juego, surgidas para regular las relaciones políticas y económicas. La importancia de las instituciones económicas radica en que configuran los incentivos de los agentes económicos. Las decisiones de estos agentes están condicionadas por las regulaciones existentes, por su percepción del marco normativo y, sobre todo, por la confianza de que podrán disfrutar del fruto de su trabajo. Pero, ¡ay!, son varios los factores que explican la falta de confianza y la incertidumbre que invade nuestro país.
En primer lugar, el deterioro de nuestras instituciones, desde la inseguridad jurídica y del marco regulatorio hasta el deterioro de las instituciones financieras. Una de las más graves es la dejación del Banco de España de su principal tarea, esto es, la supervisión y velar por el buen funcionamiento del sistema bancario.
El problema del sistema financiero
El problema fundamental sigue siendo el sistema financiero, inundado aún por los tristemente famosos activos tóxicos, especialmente en nuestro país, producto de la burbuja inmobiliaria pero también en la mayoría de los países de la Unión Europea y Estados Unidos. La confianza y el crédito no se van a restablecer hasta que el sistema financiero no se limpie de toda la porquería acumulada y que se sigue acumulando ahora en forma de bonos basura.
¿Cuándo se van a convencer los defensores del keynesianismo más rastrero de que el gasto público no hace otra cosa que agravar el problema de la deuda, y de que las inyecciones monetarias que se están produciendo en cantidades ingentes desde el 2008 no han mejorado ninguno de los problemas que intentaban solucionar? Y lo más grave es que van a empezar a dar los frutos en forma de estanflación, esto es, estancamiento con inflación. De momento, todos los aumentos en la cantidad de dinero son absorbidos por una demanda del mismo absolutamente desbocada ante el pánico que invade los mercados.
Parece urgente, para potenciar el crecimiento económico, restablecer el marco institucional, limpiar el sistema financiero de activos tóxicos y volver al equilibrio macroeconómico. Y que los pseudokeynesianos, que para mayor desconcierto se han convertido en profetas de calamidades futuras, como algún premio nobel, dejen de incentivar el pánico y la incertidumbre que está llevando a la desesperación a millones de seres humanos que están sufriendo en su propia carne las consecuencias de las disparatadas políticas de crecimiento que defienden.